miércoles, 25 de febrero de 2009

SAN TELMO "POP"


Un arquitecto argentino integra el mundo del pasado y el presente con inquietante fantasía.

En Cochamaba 360 se podía leer hasta hace 2 años un cartel de venta que enrojecía el descarado frente de una casa construída en la época de Rosas, allá por 1840. En ella había vivido una familia de flamante burguesía que se desparramaba por los patios perfumados por el jazmín del país, donde se servía el mate en bandeja de plata. Después la casa se transformó en comisaría y por último en conventillo. Las paredes se fueron agrietando lentamente y los techos se poblaron de telarañas. Durante varios años nadie se decidía a la aventura de comprar cien años de pasado. Hasta que un día el arquitecto Osvaldo Giesso, título de propiedad en mano, se lanzó valerosamente por los tres patios de la planta baja , con el fin de imaginar y proyectar su futuro estudio. La casa estaba totalmente desmantelada, solo quedaban las paredes y el techo; las rejas del frente habian sido retiradas. Giesso se prometió respetar todo lo poco que quedaba del viejo edificio e integrar lo colonial con las expresiones más avanzadas del arte contemporáneo. Así que el hueco dejado por las rejas fuera ocupado por tres esculturas en chapa de aluminio ideadas por Enio Iommi y emparentó la puerta cancela de hierro colonial con otra puerta con revestimiento plástico, pintada por el ubicuo Rogelio Polesello, el más vendedor de los jóvenes pintores argentinos.

De allí el arquitecto pasó al interior. En una habitación donde Giesso reposa de su incesante fabulación plástica, hizo pintar por Bute, pintor muy admirado por quienes merodeaban el Bar Moderno, un tema de la época de Rosas en las paredes y en el techo. Los patios se vistieron nuevamente de enredaderas pero también comenzaron a "florecer" extraños objetos. Sobre las paredes se diseminaron cajas del pintor surrealista Alberto Heredia, que encierra extraños estuches llenos de pelo y otras menudencias. Giesso las muestra divertido como si fueran la travesura más lograda de su casa. "Absolutamente repugnante", dice, con una sonrisa que, de pronto, se repite ante una foto pegada en la pared y que es ¡horror! la imagen ansiosa de sangre y terro de Drácula, o más bien de Bela Lugosi. Acompañados por el espíritu rendetor de Batman, que extiende sus alas protectoras desde un "affiche", las habitaciones inocentes, ingenuas, pero también corrosivas, se suceden como candorosas celdas donde habitaban los astutos y corruptos monjes del marqués de Sade. Hasta que sobre el revoque a cal nos topamos con las curvas desperdigadas, abundantes, de Pola Negri, seduciéndonos con su mirada vacuna sus exóticos pañales que remendan los atuendos de una odalisca. A su lado Rodolfo Valentino la protege de un muñeco astronauta, producto de la habilidad del "magister pop" Juan Carlos Stoppani.

El crescendo en la casa ha sido hábilmente calculado; lentamente, de patio en patio, de habitación en habitación, se llega a lo inefable: traspaso un umbral y de pronto el techo, las paredes, el piso se estremece con un azul eléctrico que parece irradiar de alguna máquina ideada por "Specter", la organización que combate James Bond. En el centro de la pieza hay una especia de profunda pileta de natación. En realidad se trata de un ex-sótano. Desde el techo cae una enorme pirámide invertida, detrás de la cual se asoman, a través de las ventanas, los esplendores otoñales de otro patio. Una sorpresa más. Se baja al sótano por una escalerita y allí abajo nos espera un bar iluminado desde el piso, hecho con baldosas de grueso vidrio. Es como si hubiéramos visto el pasado corregido por el presente , o como si hubieramos visitado la casa de un hombre que mezcló el mundo técnico e irreal de Modesty Blaise con la calma conventual y soñolienta de la colonia.



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