jueves, 16 de julio de 2009

ENTRE AMIGOS EN SAN TELMO




REVISTA SUMMA NRO. 37 – JULIO 1999

Reunir pintura, escultura, instalaciones, teatro, música, es decir el arte y la cultura toda en un solo ámbito, donde además se puede compartir un café con amigos o un tranquilo menú en un especial restaurant no es un hecho frecuente en Buenos Aires.

Cuando además se suman a estos valores los reconocidos nombres de la concertista Irma Contanzo y el Arqto. Osvaldo Giesso como mentores de este emprendimiento, nos sentimos reconfortados al pensar que estos lugares puedan ser una realidad entre nosotros.

Es así que STAC, San Telmo / Arte / Club abrió sus puertas el 3 de junio con una concurrencia de más de 500 personas y con relevantes nombres del arte y la cultura, en Cochabamba 370, tel. 4361-2746.

En una casona del barrio, de 200 años de antigüedad, reciclada por el propio estudio Giesso, cuenta con una sucesión de espacios que, con la informalidad como carácter distintivo, van dando solución a los requerimientos específicos de una sala de exhibición, o de música, o a un escenario para teatro, así cobran vida los nombres de los maestros Antonio Berni, Oliverio Girondo, Ana Itelman y Tomás Tichauer.

El café lleva el recuerdo de Enrique “Mono” Villegas, y hace de nodo y lugar de encuentro entre actores, músicos, artístas y público; el restaurant, donde se rinde culto al buen comer, lleva el recordado nombre de Petrona C. de Gandulfo y la trastienda en el segundo nivel, con importantes obras de artistas plásticos, hace honor a Jorge Romero Brest. La programación es muy amplia y cuenta con los nombres de la magnitud de Gerardo Gandini (Piano), Susana Moncayo (canto), Baby López Furst (jazz en piano), grupo Pro Música de Rosario, Elsa Póppulo (piano), ciclos de cine a cargo de Salvador Sammaritano y muchos otros.

Los directores expresan: “será esta casa un lugar para la cultura –música y comida, charla y espectáculo, modos de inteligencia y afecto- que estará presente de manera constante… Nace con la hermosa desmesura de los sueños, y cuajará porque empieza con eficacia, tiene claridad en las intenciones y, sobre todo, la clarividencia de saber que en este Buenos Aires, donde estamos cada vez más aislados, necesitamos un lugar –esta casa- donde encontrarnos con sentimientos compartidos de amistad alegría”.

viernes, 27 de febrero de 2009

Osvaldo Giesso. Más que un estilo, una manera de vivir.











Ligado de por vida al risorgimimiento de San Telmo, el arquitecto Osvaldo Giesso domina como nadie las claves de este singular arrabal porteño. No es para menos: lleva ya diez años deplegando allí sus artes transformadoras, y los resultados son decididamente sorprendentes.



Entre los múltiples efectos resultantes de las lucubraciones arquitectónicas santelmenses de Osvaldo Giesso, el desconcierto y la desorientación no son los menos habituales . Ocurre que el prodigioso ingenio de Giesso viene practicando un saludable hábito expansionista desde 1968, año en que (desafiando "la inmovilidad imperante entre los porteños) decidió establecer su estudio de Arquitectura en Cochabamba al 300 , pleno San Telmo, un arrabal que a partir de entonces empezaría a padecer las intempestivas migraciones de los centristas (en el sentido geográfico del término), criaturas fastidiadas de las monotonías paisajísticas de sus barrios, y seducidas por el encanto levemente anacrónico de ésta pareja de extramuros, refugio de leyendas criollas y empedrados históricos que hasta entonces estaba llamado a terminar en museo. Una vez establecido allí, Giesso dedicó buena parte de su tiempo a reflexionar sobre las posibilidades habitacionales ofrecidas por San Telmo. Las conclusiones negativas lo sorprendieron justo cuando el vendaval de pobladores del centro arreciaba sobre los techos bajos del Sur. El pintoresquismo era una atracción irresistible, pero la escasa funcionalidad de la zona (ya prevista por Giesso) fue el principal obstáculo que conspiró contra el proyecto de habitarla. Muchos, esperanzados por encontrar allí las mismas comodidades ofrecidas por el barrio Norte, regresaron a su lugar de origen con la frente marchita, despotricando contra los inconvenientes de San Telmo y librándolo al disipado pathos de la bohemia vernácula. Giesso tuvo entonces la clarividencia de imaginar un barrio poblado de teatros, estudios, talleres de pintores, cafe-concerts y restaurantes: la manera más sensata de salvar de las ominosas demoliciones un estilo de construcción irrepetible.




Pero también hubo otros que adhirieron a esta decisiva corriente benefactora: la primera casa que Giesso compró en San Telmo la obtuvo de un antiquísimo inquilino que venía retobándose desde hacía mucho tiempo contra las implacables adversidades del progreso. Enterado de los proyectos incubados por Giesso, el enérgico locatario prefirió ceder su reducto a cuidados algo más benevolentes que las torpes mazas desmanteladoras. Desde entonces, el arquitecto Giesso, sufrió una suerte de virus expansivo que lo llevó, en poco más de 10 años, a apropiarse de una serie de casas linderas con la originaria, hasta erigir un laberinto en el que coexisten (misteriosamente conectados) el estudio Giesso, la morada Giesso, y dos teatros conocidos bajo el mote de Los Teatros de San Telmo. Ahora se entiende mejor por qué cunden el desconcierto y la desorientación apenas uno se interna en este pretérito falansterio hecho de escaleras, desniveles, múltiples conexiones, anexos y prolongaciones sorpresivas. Imposible saber cuando uno ha abandonado el estudio y cuando se está dentro de los límites de la casa (porque Giesso, pese al diagnóstico adverso con el que desaconsejó San Telmo como barrio para vivir, terminó sucumbiendo a sus apâts) cuando el refugio de week end ha quedado atrás, y cuando uno se encuentra en medio de una irreprochable galería de arte. Las fronteras entre uno y otro edificio parecen regidas por una deliberada ambiguedad, cosa de desmantelar el espíritu de esas criaturas que suelen adecuar sus personalidades a los ambientes por los que pasan. Osvaldo Giesso organizó el espacio según las leyes a la contiguidad: del living a una de las salas teatrales, hay apenas una magrísima puerta: un profundo corredor desemboca en un jardín salvaje que comunica subrepticiamente con la fundación San Telmo, con cuyo artífice, Jorge Helft, Giesso cultiva una antigua amistad. Pese a que su obra demuestra una legítima pasión santelmense, Osvaldo Giesso es enemigo acérrimo de las sacralizaciones arquitectónicas, flagelo que a menudo asola a los que se enfrentan con paredes añosas y construcciones pródigas en historia. Habitar una casa en San Telmo suele ser el pretexto para felonías arquitectónico-decorativas espantosas, tales como vivir sumido en un ambiente estilo mediados del siglo pasado, profuso en terciopelos colorados, formas barrocas y muebles rebuscados. Como si vivir en San Telmo fuera sólo eso. Lo de Osvaldo Giesso, según esta perspectiva, puede sonar como una herejía, un sacrilegio al que son particularmente susceptibles los espíritus quietistas y convencionales. Pero este estilo herético cobra su verdadera coherencia a poco que uno se interioriza de los principios que rigen cada una de las intervenciones del arquitecto Giesso.




Uno de los axiomas (quizás el fundamental) prohibe enfáticamente la práctica de un hábito generalizado entre los argentinos: la negación rotunda del pasado, hábito que, en términos arquitectónicos, se manifiestan en el horror descontrolado que merecen las grietas en las paredes, la pintura descascarada de los frentes, o el color empalidecido y rancio de persianas y postigos, y en una cierta fiebre de pintar y restaurar, síntoma inequívoco de una resistencia a convivir con los antes mensionados ratros del pasado. "San Telmo es viejo, y de ahí su atractivo, pero si todo está bien pintado y los achaques de la vejez no se notan, mejor": tal parece ser la reflexión que orienta los desafores arriba citados. Difícilmente se encuentre, en el complejo concebido por Giesso, algún signo de esos recauchutajes: abundan, en cambio, las demostraciones de una convicción que se propone, ante todo, enfrentar el pasado, reconocer la historia y coexistir con ella: ahí está el "valor" de un barrio como San Telmo, en la exhibición desfachatada de una pared que acusa las sucesivas manos de pintura, los denodados intentos le revoque: incesantes efectos de un tiempo que no hay por qué ocultar como a un pariente poco retardado. En la casa - estudio - teatro - galería de arte de Giesso el tiempo está ahí: visible e intacto, lejos de esas parodias restauratorias urdidas siempre con pudor, y sin creatividad.




Donde este respeto por el espacio preexistente se distingue de la mera veneración es en la búsqueda de autenticidad en la que Giesso parece embarcado desde siempre. Autenticidad de las paredes, con sus imperfecciones, sus desvencijamientos, sus descascares y su espléndida prolijidad; autenticidad de los postigos, que no han sufrido ninguna mano de pintura "reparatoria", y ostentan orgullosamente un color opacado por los años, autenticidad, por fin, de los techos: una red de vigas medio deshilachadas que resistirían estoicamente cualquier "retoque" moderno.




Pero así como Giesso reivindica la necesidad de recuperar tal autenticidad en el espacio original, su concepción acerca de la decoración de interiores se ajusta estrictamente a las corrientes más actuales. Respeto por el espacio originario no implica someterse a la esclavitud de su estilo. De modo que no sorprenderán los pisos de aluminio, los veladores de acrílico o madera, dignos de una ficción futurista de Stanley Kubrick (diseñados por el mismo Giesso), las inveteradas rejas sustituidas por chapas escultóricas de Iommi, las puertas por los cristales templados, y todo el tendal de funcionalismos que actualizan un hábitat de viejísima data. Osvaldo Giesso no experimenta frente a los contrastes lentos ese estremecimiento automático que suele recorrer los espinazos de los timoratos.




Si la decoración es una implacable declaración jurada de los gustos, las necesidades y también las debilidades más recónditas, el interior de la casa de Giesso es una suerte de autobiografía que dispersa sus capítulos a lo largo de ambientes austeros, casi monásticos, arcadas de luz, desniveles imprevisibles, objetos de arte (las preferencias son diversas, pero coincide en la informalidad: la goma pinchada de Iommi, el Cristo de todos los días de Noé, la planchadora asustada de Heredia, la carta, escena trágica y solitaria de Pablo Suárez) e inconformismos contundentes como por ejemplo, haber instalado en pleno living una larga barra tipo bar con la arcaica madera de los pisos. La cosa no pasaría a mayores si detrás de esa barra, Giesso no hubiese cometido la extravagancia de establecer su cocina. "¿Por qué no?, se sorprende él: "tener la cocina en el living suele depararme consecuencias desopilantes: cada vez que invito a amigos a cenar -amigos que en sus casas no acostumbran pisar la cocina con demasiada frecuencia-, la estratégica ubicación de mis hornallas suscita de ellos una participación exaltada y entusiasta, lo cual escandaliza muchísimo a sus mujeres". El living conserva intacto el clima de austeridad monacal de todo el conjunto. Originalmente vuelto hacia la calle Defensa, Giesso decidió que el paisaje ofrecido por la susodicha calle no le convencía demasiado, y optó por tapiar las dos ventanas, transformándolas en huecos destinados a cobijar pequeñas artesanías, muñequitos diminutos), haciendo girar toda la casa alrededor de un patio interno invariablemente colmado de luz, y reptado por enredaderas obstinadísimas.



Cuando Osvaldo Giesso trabaja para otros (cosa que hace con saludable asiduidad), sus inspiraciones suelen ser tan oportunas como las que lo sobrecogen cuando se trata de poner su propia casa. Eso sí: siempre teniendo en cuenta las particularidades del cliente, palabra que aparece poco en el lenguaje de Giesso, sustituída más a menudo por "amigo".



¿Trabaja solo para amigos, o es que todos sus clientes terminan siendo sus amigos? Más bien esto último, razón por la cual Giesso no puede presentarse a concursos: "Me resulta absolutamente imposible ponerme a trabajar a partir de los datos abstractos sobre los cuales suele trabajarse en esos casos: clientes anónimos, personalidades inexistentes..." Los que pusieron sus casas en manos de este incorregible cultor de la informalidad y las libertades (Angel Elizondo, Pérez Celis, y muchos otros) pueden atestiguar la autenticidad de este "enganche" que para Giesso es el motor de toda obra, de todo proyecto. Toda casa debe estar organizada en torno a un centro alrededor del cual gira la vida de la persona que irá a habitarla. No importa que este axioma inflexible conduzca a desmesuras como, por ejemplo, construir mini teatros en el living, o asimilar el clima de una vivienda al clima de un universo pictórico. Por eso, antes de emprender un proyecto, Osvaldo Giesso debe poner en práctica una curiosa, enigmática vocación indagadora, destinada a arrancarle al cliente sus deseos más intensos (con respecto a su casa posible), y más ocultos: deseos para los cuales Giesso siempre, infaliblemente, encuentra una expresión arquitectónica perfecta. Será por eso, quizá, que cada proyecto es una pasión, y cada cliente una insinuación inminente de un amigo.


jueves, 26 de febrero de 2009

LOS TALLERES DE CANGALLO



Enrique Torroja, Alberto Heredia, Osvaldo Giesso, Oscar Smoje, Alejandro Cherep, Roberto Paveto, Luis Rodriguez Silva, Carlos Gorriarena y Emilio Renart.

(Escrito por Hugo Monzón, Publicado en 1980)

Ni aún compartiendo un mismo techo superan ese aislamiento, tan en boga últimamente, contrario al intercambio de ideas, a la realización de empresas en conjunto.
En la casona de Cangallo 1227, ya estrechamente ligada a la actualidad de nuestro quehacer artístico, y a puerta cerrada, en sus respectivos talleres, trabajan los pintores, dibujantes y escultores que la habitan.



Por fuera es como cualquiera de las casas viejas que abundan en ese tramo de Cangallo, entre Libertad y Talcahuano
La diferencia el letrero que en otros tiempos anuncio de la escuela de radio de un tal Rey, pero basta subir la escalera para comprobar que el inmueble está hoy afectado a otro tipo de actividades.



En realidad el cambio comenzó a producirse hace unos cuantos años atrás cuando montaron allí sucesivamente sus talleres Martiniano Arce, Pérez Celis, José Aguiar y, finalmente, Héctor Giuffre. Era la primera tanda de artistas, más tarde reemplazada por otros inquilinos plásticos suficientemente conocidos también en nuestro medio, y todas las dependencias del caserón de dos plantas -hecho construir según algún memorioso por la familia Madero- fueron consecuentemente mudando de aspecto, recibiendo los trastos y enseres de que se rodean los pintores, dibujantes, escultores, como también claro, cantidad de obras producidas antes y después de las respectivas instalaciones.


Hace tres años, Cangallo 1227, ya albergaba a un grupo bastante numeroso, bien heterogéneo además, si te tiene en cuenta la diversidad de tendencias y giros estéticos que entonces compartían el lugar: el expresionismo de Alberto Heredia, la figuración emblemática de otro escultor, Carlos de la Mota; las experiencias y planteos interdisciplinarios de Emilio Renart y Víctor Grippo; el realismo de Pablo Suarez; la abstracción libre de Kenneth Kemble; los códigos gráfico-pictóricos de Oscar Smoje.


Vuelto a renovar, aunque parcialmente, el plantel en la actualidad, sigue manteniendo aquella variedad. Las plazas de Renart, Grippo y Suárez fueron ocupadas por Alejandro Cherep, Roberto Paveto y Luis Rodríguez Silva. La casa es además frecuentada por personas que siguen algunos de los cursos de artes visuales impartidos por varios de sus moradores. De la Mota, por ejemplo, alterna sus clases en la ciudad de Mendoza con las que dicta en el taller porteño y otro tanto hace Kemble, quién atiende a un grupo de alumnos allí y a otro en la localidad de Martinez. "No he vendido nada todavía este año, contrariamente a lo que ocurrió el año pasado, pero tengo muchos alumnos y ello compensa el déficit económico", confiesa sonriente el pintor, mientras repasa su agenda de exposiciones 1980: participación en algunas colectivas, en un salón marplatense y en el Premio Tres Arroyos que organiza a la Academia Nacional de Bellas Artes.

Por el sistema del trueque:

Disponer de un lugar de trabajo amplio, apropiado, es una necesidad cada vez más difícil de satisfacer en una ciudad con acuciantes problemas habitacionales y precios en permanente ascenso. Por ello, el arreglo propuesto por el arquitecto Osvaldo Giesso resulta a todas las luces conveniente, una forma de mecenazgo bien práctico y oportuna. Giesso facilita la propiedad de Cangallo y los artistas abonan con obras el alquiler según convenios celebrados partícularmente en cada caso.


Así, Alberto Heredia pudo realizar con toda holgura esas piezas que el mes de junio último dió a conocer en Arte Nuevo, roperos, muebles, micro-ambientes, en los que ya venía trabajando desde 1979 con un enfoque intencionada y significativamente intencionada y significativamente introduce lo insólito y lo absurdo en la cosa cotidiana. El autor de del Hombre-pájaro de Embalajes, realizada en el anterior taller. "La estructura tocaba casi el techo, hubo que sacarla por la ventana -recuerda ahora- y una vez expuesta en Carmen Waugh (1972), debió estacionarse por largos años en casa de un amigo".


El espacio más privilegiado de Cangallo es dominio de Oscar Smoje, un salón que funciona como ámbito de trabajo y de enseñanza. Cómo se arreglaba el artista para realizar aquellas grandes pinturas de su primera serie de "manos", en la cúpula de Charcas y Carlos Pellegrini, es algo difícil aún de entender. Le sobra sitio ahora, para desarrollar las ideas y proyectos que tiene ya en curso de ejecución. Una de ellas consiste en llevar a la pintura las hojas de agenda que viene produciendo, y paralelamente explotar las posibilidades técnicas que las máquinas fotocopiadoras le ofrecen en el trance de organizar imágenes, establecer significados y de procesar, en fin, vastos repertorios iconográficos. Seguramente, incluirá testimonios de esas búsquedas e investigaciones en la retrospectiva que el año próximo llevará a Brasil para exponer en el Museos Assis Chateaubriand de Sao Paulo.


Su colega Torroja prepara, en cambio, una muestra de esculturas que ha de ser la primera individual de ese tipo por él presentada en Buenos Aires. "Las hice siempre fuera del país -explica el plástico geométrico conocido sobre todo como pintor entre nosotros, especialmente en Colombia donde, por otra parte, vendí casi todo lo que he llevado. Mis esculturas figuran allá en museos, fundaciones, colecciones particulares, y lo cómico es que acá no hay ninguna.

Compartimentos estancos:

La muestra de Torroja abrirá en noviembre, en galería Siglo XX, y contará en el acto inaugural con la probable asistencia de toda la gente de Cangallo, la misma que ese mes se hará presente en la apertura de una personal en Praxis de otro miembro del grupo, Gorriarena. Es que, según concluye Kemble, el sentido de grupo funciona exclusivamente en tales oportunidades y no en otras, no en otros aspectos realmente importantes , tal vez, "por la situación de exigencia que plantea lo económico".

"Podemos hablar de relación humana -comenta a su vez Gorriarena-, no de un intercambio cierto en materia artística pero, en general, esto ocurre en todo el medio plástico".
No piensa igual Giesso. El dueño de casa, propietario además del centro cultural que tiene su sede y base de operaciones en San Telmo, opina que se trata de una actitud generacional -concretamente de la generación intermedia, en gran medida motivada por un déficit institucional: "a la gente le falta una salida y están dispersos, cada uno por su lado en lugar de reunirse y defender en conjunto sus intereses".

A todo esto y al menos con notorio interés por la vida y trabajo de sus vecinos, la fracción jóven de Cangallo hizo excelente reportaje fotográfico dado a conocer el mes pasado, precisamente en el mencionado espacio cultural de San Telmo. Cherep, Paveto y Rodriguez Silva se ocuparon, por otra parte, en la instalación del propio estudio común en el cual proyectan atender distintos encargos de la colonia plástica porteña, desde alguna aislada reproducción a series completas de registros para monografías.

Teatros de San Telmo



LOS AMORES DE JULIETA. Publicado en 1975.





El tres de diciembre de 1971 abría sus puertas, en un viejo patio de una casona de Cochabamba al 300, el primero de los posteriormente llamados "Teatros de San Telmo". Lo hacía con la pieza de José María Paolantino "¿Dónde queda?¿Qué puedo tomar?", que interpretaban Blanquita Silván y Osvaldo Maggi. Seis días después se inauguraba en otra casa ubicada en Estados Unidos 343, la segunda de las salas con "Ejercicios de estilo", dirigida por Francisco Javier. El doce de ese mismo mes, Leonor Manso, Osvaldo Bonet y un gran elenco estrenaban "Los mirasoles" en la tercera sala, cuyas paredes pertenecían a la finca de Carlos Calvo 319. Y así, en una sucesión casi infinita de enredaderas y malvones, de baldosas y de cielo, los "Teatros de San Telmo" comenzaron a dar forma, dimensiones y color al rito teatral de aquel verano de Buenos Aires, rito que se prolongó durante el invierno en el recinto que se levantó primero, en la casona de Cochabamba 360 y, más tarde, en la de Estados Unidos, donde el equipamiento técnico y el confort garantizaron la permanencia de una de las iniciativas culturales más auspiciosas de esos tiempos.


Iniciativa que nació de Julieta Balvé, Osvaldo Giesso y Juan Antonio Pérez Prado por amor al teatro y que floreció en la sucesión ininterrumpida de espectáculos, exposiciones y encuentros artísticos que albergaron y albergan las antiguas paredes de San Telmo.// Poco tiempo después el destino me volvió a juntar con Giesso y con un socio, Juan Antonio Pérez Prado, en una galería de arte. Allí, entre Spilimbergos y Picassos, entre Vivaldis y Piazzolas, surgió la posibilidad de abrir un teatro en aquel patio. La idea me exito tanto que esa noche no pude dormir. Al día siguiente, durante el almuerzo, me comunicaron que tenían tres casas donde instalar el escenario y, esa misma tarde, cuando nos dirigíamos por Balcarse hacia San Telmo, les pregunté si se animaban a abrir tres teatros. La respuesta afirmativa no se hizo esperar. Y con ella nacieron los "Teatros de San Telmo". Corría el mes de julio de 1971 ... A partir de entonces el amor y el trabajo lograron convertirlos en centros de cultura, en lugares de encuentro, en muestras artísticas. Actores como Inda Ledesma, Leonor Manso, Ana María Campoy, Alicia Berdaxagar, Eva Dongé, José Cibrián, Rudy Chernicoff, Ignacio Quirós, Carlos Carella, Osvaldo Bonet y muchos, muchísimos más, ocuparon sus escenarios con piezas de la talla de "Martín Fierro", "Orquesta de señoritas", "Los mirasoles", "Caballo de mar", "¿Yo?, argentino" y muchas otras...


En noviembre de 1976, abrimos una cuarta sala, en Defensa 423, con "Espectros", de Ibsen, pero al poco tiempo, por problemas administrativos, tuvimos que cerrarla... Actualmente funcionan tres teatros: Las dos salas de Cochabamba 360 y la de Estados Unidos, donde, además de las funciones diarias de teatro, se realizan conciertos, se dictan clases de arte escénico y se expone, en forma permanente, la colección de arte americano del arquitecto Giesso ... Y es en ellos, en los famosos "Teatros de San Telmo", en donde aparece mi único orgullo.

San Telmo en la Noticia

Publicado en Adán, en Diciembre de 1967.

La nueva casa inaugurada por el arquitecto Giesso en la tercera cuadra de Cochabamba ha introducido una pica pop en un distrito (San Telmo) que desde hacía tiempo estaba dando indicios de proclividad beatnik.

En la zona (Perú y Venezuela) vivió el polaco Gombrowicz. En la misma Venezuela, pero esquina Chacabuco, se encuentra la famosa Casa de los escritores, propiedad de la familia Fornieles, donde hace años viven Francisco "Paco" Urondo, Roberto Cossa, Zulema Katz y otros notables de la literatura y el teatro aborigen. En Defensa y Chile tiene su refugio el humorista Quino y para el lado de Tacuarí vive Patricio Canto, tan aburrido siempre.

Ahora está Giesso, con su célebre (ya) mansión que fue comisaría en época del Restaurador de las Leyes y conventillo hasta hace muy poco. Un altoparlante colocado en la entrada da la bienvenida a los visitantes reiterando en varios idiomas la misma frase, según la cual uno se instruye de que el arquitecto Giesso tiene el placer de recibirlo. Todo esto dicho con tono impersonal y asexuado que utilizan las compañías aéreas para anunciar sus vuelos en los aeropuertos. Al fondo de la casa, una piscina de dos metros veinte de profundidad, comunica suntuosidad y fresco confort a un patio interior arbolado. Entre el altoparlante y la piscina se extiende la casa propiamente dicha, cuyo encanto excede todo intento descriptivo. Mejor ir y ver.

A una corta cuadra de allí, la nueva boutique "La flor de San Telmo" ofrece resplandecientes modelos femeninos y masculinos vivamente coloreados por igual.

El arquitecto Giesso recibió en su casa a las cinco modelos de Rosario -plus una extensa comitiva, que incluía a Lagarrigue, María Marta, Chunchuna, Karim, Pistarini, el publicista Blanes, la gente de ADAN, el P-R Man García Conde, nubes de fotógrafos y cameramen- luciendo una casaca de cuello alto con flores blancas sobre fondo celeste (o viceversa). Pronto las modelos cambiaron sus atuendos por modelos pop provenientes de La Flor de San Telmo y comenzó el ajetreo de las fotografías. Susana Sagaloza observaba melancólicamente la pileta de natación del fondo. "No estoy segura de que en el fondo no haya quedado muy hidratado alguno de nuestros invitados de la última noche", estaba diciendo. "Rogelio Polesello, en una de esas".

Noticias recibidas posteriormente aseguran que Polesello no estaba en esa pileta y que se encuentra sano y seco.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Ambientaciones: El conde Drácula se divierte.



Publicado en Primera Plana nro. 239 del 25 de julio de 1967.


De un lado está la arquitectura, preocupada por el hombre normal, y del otro están las artes plásticas, despreocupadas. En el medio, esa tierra de nadie, corre y salta, un disparatado (o habilísimo) arquitecto: Osvaldo Giesso. Su primera audacia fue la ambientación de todo un departamento a modo de bar, para uso privado de un industrial italiano (dueño del departamento lindero) combinando la fantasía escultórica de Luis Alberto Wells con un mínimo e indispensable diseño útil. La experiencia piloto tuvo tanto éxito que Giesso formalizó sus bodas con los artistas plásticos de vanguardia. Giesso se trasladó su estudio a una vieja casona de San Telmo (en Cochabamba al 300), convirtiéndola en la base de operaciones de su nuevo estilo, de secretas reminiscencias Bauhaus, a la manera de un club, de un parque de diversiones, o de un albergue informal para artistas. Con todas estas intenciones dosificadas alegremente, Giesso tomó de la mano a Juan Stoppani y a Alfredo Arias y les encomendó el diseño de un bar que habría de ser la admiración y el terror de los visitantes: el problema consistía en ubicar el mostrador y los bancos sobre un piso luminoso, en un sótano de media altura, que quedó unido a la habitación superior, y crear un vínculo que unificase todo el lugar.


De la cabeza de los dos artistas, surgió una gigantesca pirámide plateada, que ahora cuelga del techo con su punta hacia abajo. El conde Drácula atestiguó: "Es el lugar más confortable para la hora del cóctel". Hay otros sitios tan tentadores como ése en la casa del arquitecto Giesso: una pileta de natación con trapecios mortales que puede convertirse en un teatro al aire libre, una celda para meditaciones estáticas decorada por Esperilio Bute, una blanquísima sala de exposiciones donde unos días atrás Emilio Renart anticipó los objetos sexuales que presentará en la Bienal de San Pablo.

SAN TELMO "POP"


Un arquitecto argentino integra el mundo del pasado y el presente con inquietante fantasía.

En Cochamaba 360 se podía leer hasta hace 2 años un cartel de venta que enrojecía el descarado frente de una casa construída en la época de Rosas, allá por 1840. En ella había vivido una familia de flamante burguesía que se desparramaba por los patios perfumados por el jazmín del país, donde se servía el mate en bandeja de plata. Después la casa se transformó en comisaría y por último en conventillo. Las paredes se fueron agrietando lentamente y los techos se poblaron de telarañas. Durante varios años nadie se decidía a la aventura de comprar cien años de pasado. Hasta que un día el arquitecto Osvaldo Giesso, título de propiedad en mano, se lanzó valerosamente por los tres patios de la planta baja , con el fin de imaginar y proyectar su futuro estudio. La casa estaba totalmente desmantelada, solo quedaban las paredes y el techo; las rejas del frente habian sido retiradas. Giesso se prometió respetar todo lo poco que quedaba del viejo edificio e integrar lo colonial con las expresiones más avanzadas del arte contemporáneo. Así que el hueco dejado por las rejas fuera ocupado por tres esculturas en chapa de aluminio ideadas por Enio Iommi y emparentó la puerta cancela de hierro colonial con otra puerta con revestimiento plástico, pintada por el ubicuo Rogelio Polesello, el más vendedor de los jóvenes pintores argentinos.

De allí el arquitecto pasó al interior. En una habitación donde Giesso reposa de su incesante fabulación plástica, hizo pintar por Bute, pintor muy admirado por quienes merodeaban el Bar Moderno, un tema de la época de Rosas en las paredes y en el techo. Los patios se vistieron nuevamente de enredaderas pero también comenzaron a "florecer" extraños objetos. Sobre las paredes se diseminaron cajas del pintor surrealista Alberto Heredia, que encierra extraños estuches llenos de pelo y otras menudencias. Giesso las muestra divertido como si fueran la travesura más lograda de su casa. "Absolutamente repugnante", dice, con una sonrisa que, de pronto, se repite ante una foto pegada en la pared y que es ¡horror! la imagen ansiosa de sangre y terro de Drácula, o más bien de Bela Lugosi. Acompañados por el espíritu rendetor de Batman, que extiende sus alas protectoras desde un "affiche", las habitaciones inocentes, ingenuas, pero también corrosivas, se suceden como candorosas celdas donde habitaban los astutos y corruptos monjes del marqués de Sade. Hasta que sobre el revoque a cal nos topamos con las curvas desperdigadas, abundantes, de Pola Negri, seduciéndonos con su mirada vacuna sus exóticos pañales que remendan los atuendos de una odalisca. A su lado Rodolfo Valentino la protege de un muñeco astronauta, producto de la habilidad del "magister pop" Juan Carlos Stoppani.

El crescendo en la casa ha sido hábilmente calculado; lentamente, de patio en patio, de habitación en habitación, se llega a lo inefable: traspaso un umbral y de pronto el techo, las paredes, el piso se estremece con un azul eléctrico que parece irradiar de alguna máquina ideada por "Specter", la organización que combate James Bond. En el centro de la pieza hay una especia de profunda pileta de natación. En realidad se trata de un ex-sótano. Desde el techo cae una enorme pirámide invertida, detrás de la cual se asoman, a través de las ventanas, los esplendores otoñales de otro patio. Una sorpresa más. Se baja al sótano por una escalerita y allí abajo nos espera un bar iluminado desde el piso, hecho con baldosas de grueso vidrio. Es como si hubiéramos visto el pasado corregido por el presente , o como si hubieramos visitado la casa de un hombre que mezcló el mundo técnico e irreal de Modesty Blaise con la calma conventual y soñolienta de la colonia.