Publicado en Primera Plana nro. 239 del 25 de julio de 1967.
De un lado está la arquitectura, preocupada por el hombre normal, y del otro están las artes plásticas, despreocupadas. En el medio, esa tierra de nadie, corre y salta, un disparatado (o habilísimo) arquitecto: Osvaldo Giesso. Su primera audacia fue la ambientación de todo un departamento a modo de bar, para uso privado de un industrial italiano (dueño del departamento lindero) combinando la fantasía escultórica de Luis Alberto Wells con un mínimo e indispensable diseño útil. La experiencia piloto tuvo tanto éxito que Giesso formalizó sus bodas con los artistas plásticos de vanguardia. Giesso se trasladó su estudio a una vieja casona de San Telmo (en Cochabamba al 300), convirtiéndola en la base de operaciones de su nuevo estilo, de secretas reminiscencias Bauhaus, a la manera de un club, de un parque de diversiones, o de un albergue informal para artistas. Con todas estas intenciones dosificadas alegremente, Giesso tomó de la mano a Juan Stoppani y a Alfredo Arias y les encomendó el diseño de un bar que habría de ser la admiración y el terror de los visitantes: el problema consistía en ubicar el mostrador y los bancos sobre un piso luminoso, en un sótano de media altura, que quedó unido a la habitación superior, y crear un vínculo que unificase todo el lugar.
De la cabeza de los dos artistas, surgió una gigantesca pirámide plateada, que ahora cuelga del techo con su punta hacia abajo. El conde Drácula atestiguó: "Es el lugar más confortable para la hora del cóctel". Hay otros sitios tan tentadores como ése en la casa del arquitecto Giesso: una pileta de natación con trapecios mortales que puede convertirse en un teatro al aire libre, una celda para meditaciones estáticas decorada por Esperilio Bute, una blanquísima sala de exposiciones donde unos días atrás Emilio Renart anticipó los objetos sexuales que presentará en la Bienal de San Pablo.
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